De colega a colega: Antonio Battro sobre Stephen Hawking

Tras el reciente fallecimiento de Stephen Hawking, Antonio Battro, con quien coincidió algunas veces en La Academia Pontificia de las Ciencias, envía esta nota:

“Te estoy enviando el texto que escribí para la revista CRITERIO de Buenos Aires sobre Stephen Hawking, cuya muerte nos ha conmovido profundamente.
Seguramente te interesará.”

Y me ha permitido compartirla con ustedes, familias desescolarizadas.

Muchas gracias Antonio.

Aquí el texto:

Stephen Hawking, ejemplo de vida dedicada a la ciencia, y a los demás.

Antonio M. Battro

Stephen W. Hawking murió el 14 de marzo en Cambridge, había nacido en Oxford en 1942. Fue un científico genial que abrió campos impensados en las ciencias físico-matemáticas de la gravedad, el espacio y el tiempo, enriqueciendo las teoría de los agujeros negros y del big bang.  Su esfuerzo se centró en unir la ciencia de la cosmología con la ciencia de los átomos, lo muy grande con lo muy pequeño, la física de la relatividad con la física cuántica. Fue un genio precoz, a los 32 años fue nombrado miembro de la Royal Society, una de las academias científicas más prestigiosas del mundo. Pocos años más tarde fue designado Lucasian Professor of Mathematics en Cambridge, célebre cátedra fundada en 1663, que había sido ocupada por Isaac Newton. Desde allí sorprendió al mundo con sus investigaciones en las fronteras de las ciencias del cosmos.

En 1964  le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica,  grave enfermedad neurodegenerativa que ataca el sistema motor, y los médicos le dieron pocos años de vida. Pero Hawking nunca se dio por vencido, se casó, tuvo tres hijos y siguió trabajando, aunque su salud se fue deteriorando rápidamente, paralizando sus movimientos hasta tal punto que sólo podía controlar apenas un dedo y tenía crecientes dificultades para hablar.

Hawking demostró también un talento excepcional para difundir nuevas y revolucionarias ideas científicas, como lo demostró en su primer libro de divulgación Breve historia del tiempo (1988) que se convirtió en un bestseller mundial, al cual siguieron muchos otros de gran éxito como La teoría del todo (2002). Un film sobre su vida personal mereció un Oscar (2014). Estaba basado en el libro Travelling to Infinity: My life with Stephen que escribió su primera mujer Jane Wilde. Se revelaba allí al público la lucha de un intelecto excepcional frente a la adversidad. Con su hija Lucy escribió también libros de ciencia para niños. Evidentemente no se daba descanso y gozaba con su trabajo de divulgación de la ciencia, apareciendo en los más diversos escenarios del mundo como una figura de culto.

Hawking se movilizaba por todas partes en silla de ruedas. En 1987, a resultas de una neumonía perdió totalmente el habla. A los 25 años de casado se divorció de Jane y se volvió a casar en 1995 con Elaine Mason, que había sido su enfermera, de la cual se separó en 2006. Para comunicarse lo hacía mediante un sistema de sensores que registraban un mínimo movimiento voluntario de su mejilla y lo transformaba en una señal de computadora, con  lo que lograba hacer “clic” y de esa manera manejar un cursor en la pantalla, escribir textos y ecuaciones, hacer presentaciones gráficas y sonoras, mandar y recibir mails y expresarse claramente con un sintetizador de voz que leía sus textos automáticamente. Sus cursos eran legendarios, sus conferencias y presentaciones brillantes y su sentido del humor fuera de lo común.

En 1975, recibió en el Vaticano la medalla Pio XI de la mano del Papa Pablo VI por sus excepcionales contribuciones científicas.  Hay una fotografía de ese acto que lo dice todo. Se lo ve a Hawking reclinado y paralizado en su silla de ruedas y al Papa arrodillado frente a él entregándole la medalla otorgada por la Pontificia Academia de Ciencias (www.pas.va). Esta imagen impactante es, para mí, una maravillosa expresión de la hermandad entre la ciencia y la fe, siguiendo las palabras iniciales de la Encíclica Fides et Ratio de Juan Pablo II (1998): “La Fe y la Razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Es sabido que la  posición de Hawking frente a la creación del mundo era ciertamente “heterodoxa” en muchos sentidos, pues afirmaba que: “no ha existido una singularidad,  ni un evento único que pueda identificarse como una creación. En cambio, se pude decir que el universo fue creado de la nada de manera cuántico-mecánica” (En: Pontifical Academy of Sciences, Member Directory , Vatican, 2013). Tema que sigue generando arduos debates.

Tuve el singular privilegio de ser colega de Hawking en la Pontificia Academia de Ciencias, donde ingresó en 1986. Esta academia es la sucesora de la Academia de los Linces, fundada por el Príncipe Federico Cesi en Roma en 1603, la primera de su género en el mundo, que tuvo a Galileo Galilei entre sus  miembros. No tengo competencia alguna en las  ciencias físicas donde descollaba Hawking pero, por supuesto y como tantos otros, estaba fascinado por su personalidad y no dejé ocasión para poder estar cerca de él en las reuniones de la academia. Recuerdo varias, en particular una donde logré sentarme muy próximo al pasillo donde se había instalado con su silla de ruedas, su computadora y su equipo de ayudantes. Hizo, como siempre una presentación brillante y luego llovieron preguntas. El Presidente de la Academia le otorgó todo el tiempo necesario para responder, lo que llevó  un largo rato, mientras tanto la sesión seguía con otro tema . Yo no me atrevía a observarlo, simplemente escuchaba la sucesión de “clics” que iban desarrollando su texto escrito. Confieso que era una situación especialmente emotiva para mí. Hacía años que estaba trabajando con  computadoras asistiendo a personas discapacitadas y ahora admiraba el empleo de una prótesis informática por parte de uno de los científicos más notables del mundo, que estaba a mi lado. Al cabo de esos esforzados minutos de trabajo, el asistente de Hawking señaló que el profesor ya podía responder a las preguntas, lo que hizo con “su” voz sintética a partir del texto generado por los innumerables clics. Hawking aprovechó además para decir con humor: “les anuncio que ahora hablo en inglés, antes hablaba en americano”. Todo ello gracias a los considerables  progresos de la informática y de la inteligencia artificial, tema al que dedicó también especial atención. En sus últimos años afirmó que “ la inteligencia artificial puede ser lo mejor o lo peor que le pueda ocurrir a la humanidad” y puso de relieve la urgente necesidad de un punto de vista ético frente al explosivo crecimiento del medio ambiente digital (Comments: The ethics of artificial intelligence , en Power and limits of artificial intelligence, eds. A.M. Battro & S. Dehaene, 2017, Pontifical Academy of Sciences, www.pas.va).

Todas las reuniones académicas donde participaba Hawking tenían un dejo especial. Su deseo de participar era proverbial. Recuerdo que al término de una de las sesiones académicas fuimos invitados a un inolvidable concierto en el bellísimo Palacio Pamphili, ahora  Embajada de Brasil, en Piazza Navona.  Allí partimos todos, y por supuesto también nuestro querido Hawking, gran amante de la música. No se privaba de nada. Años más tarde subió en globo en ocasión de una ceremonia en Cambridge en su honor, y muchos habrán visto por YouTube cómo gozaba flotando sin gravedad en el interior de una nave especial de  Virgin Galatics volando sobre el Kennedy Space Center de Florida en 2007. Podríamos continuar con innumerables anécdotas y son ya numerosas las notas  de sus colegas en las revistas especializadas sobre su vida y su obra científica.  En este texto he querido recordar y agradecer también el enorme bien que ha hecho a las personas con discapacidad y a quienes se ocupan de ellas. Nos ha mostrado a todos una luz de esperanza en la adversidad. Gracias Stephen.

 

Antonio M. Battro es un médico y psicólogo argentino. Obtuvo su título de grado como médico de la Universidad de Buenos Aires, en 1957, y doctor en medicina de la misma en 1985; y un doctorado en Psicología de la Universidad de París en 1961, y estudios de Lógica Matemática en la Universidad de Friburgo (Suiza), en 1962.

Fue miembro del Centro Internacional de Epistemología Genética de la Universidad de Ginebra, en donde colaboró y fue discípulo de Jean Piaget. Fue director asociado de la Escuela de Altos Estudios en el Laboratorio de Psicología Experimental y Comparada de la Universidad de París y profesor visitante de la Universidad de Harvard, Graduate School of Education. Es miembro de la Pontificia Academia de Ciencias y de la Academia Nacional de Educación.

 

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